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Adiós, poetas, literatos,
que mis hojas escribieron,
lo mismo que cuentecitos,
comedias y otros cuadernos.
(Aquí está la calavera del editor popular A. Vanegas Arroyo, 1902)
Estos “ruiseñores populares” son, sin embargo, personajes elusivos que no siempre figuran claramente en los impresos. Por ello, resulta de enorme interés dar cuenta de cuándo, cómo y en dónde esto sí ocurre. En las hojas volantes y cuadernillos publicados por Antonio Vanegas Arroyo en México a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la presencia autoral explícita no fue la regla. Probablemente, a muchos escritores no les entusiasmaba la idea de construir su carrera literaria en esa poco prestigiosa, al menos desde la mirada culta, casa editorial. Pero hubo otros tantos que sí firmaron, y con orgullo, sus textos:
Don Antonio de todo recibía. Hubo algo bueno, escrito por verdaderos literatos que se “eximían” y no firmaban sus producciones. No así otros, que hasta regalaban el original, con tal de ver en letras de molde sus nombres y apellidos al pie de sus sentidas endechas, recibiendo en cambio cierta cantidad de ejemplares, que iban a lucir obsequiándolos a sus amistades.[2]
Grabado que podría representar a Arturo Espinosa, plasmado en una hoja volante con unos versos firmados por él y de carácter autorreferencial. (¡Basta ya!, 1910).
Será hasta entrado el siglo XX, especialmente a partir de su tercera década, cuando las prácticas de declaración autoral cambiarán radicalmente, lo cual es manifiesto en los cancioneros publicados por Eduardo Guerrero y Antonio Reyes, en México, así como en pliegos de cordel españoles provenientes de diversas imprentas. Estos cambios se pueden explicar en relación con el contexto de producción y consumo cultural de ese momento, el cual colocó a la literatura popular impresa en diálogo con otros emergentes medios de comunicación y con fenómenos de la “industria cultural” como los sellos discográficos y el cine.[3]
[...] encontramos verdaderas colecciones impresas firmadas por sus autores, entre los que aparecen Refugio Montes, Federico Becerra, Fausto Ramírez, Samuel Lozano, Juan Montes y otros muchos que, aunque no son productores de los más típicos corridos (letra y música), sí han contribuido, en gran manera, a formar las colecciones actualmente impresas.[5]
Inventario
Referencias
- ↑ Cf. Pedro Cátedra, Invención, difusión y recepción de la literatura popular impresa (siglo XVI), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2002.
- ↑ Arturo Espinosa, [Biografía de Antonio Vanegas Arroyo], manuscrito inédito, México, 1952, f. 8. (Colección Chávez-Cedeño).
- ↑ Cf. Tomás Cornejo, “Fábricas de cultura popular. Consideraciones sobre la circulación de cancioneros impresos desde Santiago de Chile a Ciudad de México (1880-1920)”, Trashumante. Revista Americana de Historia Social, núm. 15, 2020, p. 22.
- ↑ Cf. Guillermo Bonfil Batalla, “Trovas y trovadores de la región Amecameca-Cuautla” en Guillermo Bonfil Batalla, Teresa Rojas Rabiela y Ricardo Pérez Montfort, Corridos, trovas y bolas de la región de Amecameca-Cuautla. Colección de don Miguelito Salomón, México, Fondo de Cultura Económica, 2018, pp. 11-32.
- ↑ Vicente T. Mendoza, El romance español y el corrido mexicano. Estudio comparativo, México, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, 1939, p. 145.
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